Saramago escribía como si fuera un campesino: preparaba la tierra, la abonaba, la limpiaba, sembraba. Todo en su estación, dos páginas por día, sin impaciencias, sin saltarse ningún surco, ninguna obligación. A veces tenía que dejar descansar la tierra, entonces aprovechaba para poner al día la correspondencia con amigos, tarea nunca acabada, leía, releía, iba a las escuelas y a las universidades que insistentemente solicitaban su presencia, como en Mafra, presentaba libros en países que le eran más cercanos emocionalmente, militaba, aunque esto último, militar como ciudadano, era, como el pan, cosa de cada día. Saramago no desfalleció nunca, por eso sus libros tienen, como la espiga cuajada, tanto para dar de comer. Que es necesidad de todos, comer, leer.
Me preguntan de dónde sacaba tiempo Saramago para tanta declaración pública, para tanta acumulación de obra, para tanto prestar su voz. Lo sé, lo he visto: sacaba tiempo de su espíritu, por eso tal vez se le consumió la carne. José Saramago era un pionero, estaba poseído por un afán de no repetir, de empezar cada día un camino, porque nunca sabemos cual será el que nos lleve a donde nos esperan. Tampoco sabemos qué nos espera, salvo la muerte, pero ese destino, el morir, es lo único que tenemos asegurado, así que Saramago se empeñaba cada amanecer en conquistar la vida, hacer de ella algo digno, o, mejor dicho, estar en ella como si la dignidad la tuviéramos que ganar porque el hecho de vivir es una responsabilidad de la que no podemos abdicar. No es lo mismo vivir que dejarse vivir, Saramago lo sabía con su propio saber y fue consciente de esa obligación hasta el último minuto. Días antes del que iba a ser el último, hablando de la crisis económica con varios amigos, Saramago dijo algo que podría ser una buena brújula para moverse por estas turbulencias tan amenazantes como tenebrosas. Nos dijo que todos, gobiernos y ciudadanos, sabemos lo que tenemos que hacer para salir de la crisis, que para cambiar la vida tendríamos que cambiar de vida. Y añadió que si no intervenimos ya, todos, gobiernos y ciudadanos, la crisis será cada vez más profunda, porque no será económica, será una crisis moral.
Cambiar de vida para cambiar la vida. Hacer del progreso un logro del humanismo, no del capital. Hacer de la economía una ciencia moral que no nos cuente porqué suben los precios y sí un instrumento que enseñe a impedir que los precios suban de tal manera que luego todo explote y los pobres sean más pobres y los países tengan que hipotecarse y no se deban ya a los ciudadanos, la soberanía no radique en el pueblo sino en instituciones lejanas, oscuras, inalcanzables.
Saramago era un escritor literario con muchos lectores, millones de lectores en todo el mundo, que lo amaban y se lo decían. Pero era también un ciudadano consciente, por eso le decían tantas veces: “eres mi voz, habla tú que puedes”, o “qué va a pasar con nosotros cuando te vayas de aquí, de nuestra comunidad perseguida y apaleada”. Sí, a Saramago lo reclamaban como última instancia, como último recurso, le llamaban de Timor o las comunidades zapatistas de México, o Madres contra la droga, o indios mapuches desposeídos de sus territorios y condenados a la ignominia, u Hombres por la igualdad, o jóvenes que buscan recuperar su memoria desenterrando de las cunetas donde la iniquidad los mantiene a los abuelos asesinados tras la guerra civil española, o saharauis sin estado, aunque con todos las declaraciones internacionales a favor, o palestinos vejados en la que también es su tierra, o en la que fue su última causa, Los sin papeles franceses, amenazados y ya expulsados de Francia. Saramago atendía siempre a quienes le reclamaban y se presentaban con atributos humanos, por eso era tratado con displicencia por los que practican la ideología de la insolencia y del cinismo.
Ir a la luna, y a Marte es un buen proyecto, pero antes hay que llegar al otro, como dijo Saramago el día que recibió el Nobel, ante el asombre de tantos, que pensaban que el discurso era para hacer unas bromas. Pero el escritor, el ciudadano, aprovechó que se cumplían 50 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y no dejó pasar la ocasión, solemne, principal, contando una anécdota de su vida si podía dar noticia del mundo. Dijo Saramago aquella noche de hace 12 años en Estocolmo algo que aún hoy es más urgente:
«Las injusticias se multiplican, las desigualdades se agravan, la ignorancia crece, la miseria se expande. La misma esquizofrénica Humanidad, capaz de enviar instrumentos a un planeta para estudiar la composición de sus rocas, asiste indiferente a la muerte de millones de personas a causa del hambre. Se llega más fácilmente a Marte que a nuestro propio semejante.»
Saramago estaba escribiendo un libro cuando murió, pero también tenía entre manos algo que otros tendrán que terminar. Se lo pedimos su Fundación, la Fundación Saramago, le dijimos que elaborara la Carta de los Deberes Humanos y que ya la iríamos llevando por ahí, de esquina en esquina, con nuestra modestia y nuestra tremenda osadía. No le dio tiempo a terminarla, alguien tendrá que hacerla, alguien con arrojo y dedicación, alguien tan imprescindible como Saramago, con una generosidad tan furiosamente humana.
José Saramago ha levantado nuestro tiempo y le ha dado personalidad. También a nosotros, con su obra y con su discurso, nos infunde aliento para seguir adelante y para construir otros monumentos, quizá no el Convento de Mafra, que ya está ahí, tal vez otros capaces de albergar la armonía necesaria para vivir nuestra humana condición. La que compartimos con José Saramago, nuestro contemporáneo.
Pilar del Río
6 comentários:
Lindo texto, sem dúvida.
Que belo depoimento! Gostei imenso! Obrigada Pilar!
Como no podía ser de otra manera, Pilar es la que mejor nos dice cómo era -cómo es- José Saramago: un hombre cabal, íntegro y comprometido. Saramago que desde junio encuentra su voz reproducida por millones de voces, las de sus lectores, las de sus amigos. Graciela Castañeda
É mesmo, JL e teimosita.
Bem-vinda, Graciela. Registei com agrado esta frase "Saramago que desde junio encuentra su voz reproducida por millones de voces, las de sus lectores, las de sus amigos." Os escritores nunca morrem.
«O que vai ser de nós
quando te fores embora, da nossa comunidade perseguida e agredida»
Saramago não era uma voz, era a voz. Pelo seu estilo, pela sua coragem, pelo seu inconformismo, fazia passar a mensagem. Confesso que sinto mais falta de Saramago enquanto cidadão do que como escritor (ainda tenho muitos livros para ler que não li e não há outro cidadão com a sua visibilidade e coragem)
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